viernes, 27 de mayo de 2011

EL VIGILANTE.

Todos los días lo veía al pasar. Era temprano, estaba pulcro, vestía siempre todos sus atuendos. El aldeano nunca le dirigió la palabra, lo evitó, nunca permitió que sus caminos coincidieran. Pero su ritual era invariable, siempre estaba ahí, al paso del aldeano. Muchos otros eran consultados por él, nunca estaba solo. Recopilaba, desde su rígida posición, toda la información posible. Pasaba horas y horas en el mismo lugar. Nunca se le vio participar de las labores de la aldea, pero podía considerarse un privilegiado a la sombra de los ancianos. Muchas preguntas se hacía el aldeano sobre este mítico vigilante, todas tenían respuestas absurdas. El hombre seguía en el mismo lugar, recopilando toda la información necesaria.

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