Allí ella descubrió que era una más y que otras ruedas, más portentosas y llamativas, eran las que tenían los privilegios. Si una calle con un bache se presentaba, a otras ruedas ilustradas tocaba evadirlo, ella, sin elección debía enfrentarlo con estoica resignación. El tiempo pasó para esa rueda que soñó conquistar el mundo y poco a poco su cámara se fue llenando de ponches, sus tacos fuertes fueron desgastados por las calles, su llanta reluciente y sus rayos fuertes fueron corroídos y su esmalte desmembrado. Que duro resultó para esa rueda no ver relevos en el mercado para sus partes y aquellos que aparecían como por arte de magia estaba fuera del alcance de su propietario. Que duro saber que otras ruedas más portentosas y veloces se les renovaba una y otra vez. Duro fue el tiempo que permaneció tirada en un rincón por no encontrar una goma que le permitiera rodar, y peor aún fue saber que el destino que le había tocado vivir era el de un hogar obrero, cuando sabía perfectamente que aquellas ruedas portentosas, anchas, de plato reluciente y de andar increíblemente rápido no les detenía nada. Aquellas ocupaban un hogar de mandato, mientras ella sólo un hogar de trabajo.
En teoría ella se sentía privilegiada al dormir en el calor de una familia, mientras las otras, anchas y veloces, debían pasar sus noches en fríos laberintos destinados al parqueo. Pensaba que solo ella compartía la vida de su propietario, lo llevaba de la casa al trabajo, del trabajo a la casa y se sentía parte de una familia; Pero no era simplemente así. Aquellas ruedas portentosas y rápidas que en tantas cosas la aventajaban, por contar con un motor que las moviera, por estar en un vehículo con chapa carmelita, azul o roja, por contar con mecánicos y poncheros particulares, por ir a fiestas, a playas y a eventos del más alto nivel, ellas también eran parte de una familia con todos los privilegios que ello implica.
Esa rueda que no podía decidir su puesto, que muchas veces no rodaba por falta de sus elementos o porque eran inaccesiblemente costosos, que debía quitarse del camino para que ruedas anchas y portentosas pasaran, esa rueda que sólo era acompañada por otra rueda en destino y camino, minimizada por las portentosas que iban de a cuatro. Esa rueda era una rueda de BICICLETA, una rueda de bicicleta en un pueblo de bicicletas, una rueda de bicicleta en Sagua la Grande, un pueblo de calles anchas llenas de ruedas de bicicletas y de muchas otras ruedas portentosas, rápidas y privilegiadas.
En teoría ella se sentía privilegiada al dormir en el calor de una familia, mientras las otras, anchas y veloces, debían pasar sus noches en fríos laberintos destinados al parqueo. Pensaba que solo ella compartía la vida de su propietario, lo llevaba de la casa al trabajo, del trabajo a la casa y se sentía parte de una familia; Pero no era simplemente así. Aquellas ruedas portentosas y rápidas que en tantas cosas la aventajaban, por contar con un motor que las moviera, por estar en un vehículo con chapa carmelita, azul o roja, por contar con mecánicos y poncheros particulares, por ir a fiestas, a playas y a eventos del más alto nivel, ellas también eran parte de una familia con todos los privilegios que ello implica.
Esa rueda que no podía decidir su puesto, que muchas veces no rodaba por falta de sus elementos o porque eran inaccesiblemente costosos, que debía quitarse del camino para que ruedas anchas y portentosas pasaran, esa rueda que sólo era acompañada por otra rueda en destino y camino, minimizada por las portentosas que iban de a cuatro. Esa rueda era una rueda de BICICLETA, una rueda de bicicleta en un pueblo de bicicletas, una rueda de bicicleta en Sagua la Grande, un pueblo de calles anchas llenas de ruedas de bicicletas y de muchas otras ruedas portentosas, rápidas y privilegiadas.
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