Antonio Castells era el autor de Chicharito y Sopeira, programa radial de altísima audiencia. Como yo trabajaba en una compañía de seguros en la que también trabajaba su hijo Oscar, de cuando en cuando le enviaba colaboraciones que el viejo Castells incluía en sus libretos. Fue a él a quien pidieron del periódico Siempre para que redactara una sección humorística con ilustraciones del caricaturista Felo. Castells, cansado y enfermo, dijo que no estaba en condiciones de asumir esa nueva responsabilidad, pero que podía recomendarles un humorista joven capaz de hacer ese trabajo. Así fue como entré en el mundo del periodismo.
domingo, 30 de octubre de 2011
EL PROFE
Enrique Núñez Rodríguez | La Habana
Lo conocí ya viejo. Tranquilo, como el mismo me decía con la mirada perdida en el ayer y una especie de sonrisa burlona bailándole en los labios. Lo primero que me llamó la atención fue su vestuario, francamente fuera de época y de lugar, en aquel pueblecito dormido a la orilla de un río que casi no lo era. Él me explicó:
—Este pueblo es el pueblo de los casi. Aquí los arroyos son casi ríos. Las lomas son casi lomas. Los comerciantes son casi ricos. Orinadas de bueyes y chichones en la corteza terrestre. Este es un casi pueblo.
Y se reía, mientras observaba su gastado traje gris a rayas negras. Alguna vez debió ser casi un Petronio. Y la remendada camisa Arrow, con cuello Peco, que ocultaba su vejez bajo una deshilachada corbata Repórter Sello de Oro, color carmelita, en combinación con sus zapatos Florsheim. Zapatos agujereados por la vida y sellados directamente con una prótesis removible, como el mismo había bautizado a la pieza de cartón que colocaba sobre la rota plantilla para evitar la humedad y la bronquitis asmática.
—Un hueco en la suela de los zapatos es una medalla ganada en el combate de andar por la vida.
Y, sin embargo, lucía casi elegante.
No sé por qué me decidí, aquel día, a preguntarle la razón por la cual le llamaban El profe. Suponía que tuviera que ver con su forma de vestir, académica y conservadora. Pero la historia no iba a ser fácil de conseguir. Evitó iniciarla:
—No ande por ahí periodista. Deje eso. ¡Tranquilo!
Naturalmente, su respuesta incentivó mi curiosidad. E insistí. Le dije que a los pueblecitos como aquel, que no habían sido favorecidos con la naturaleza con algún accidente geográfico notable, solían darse a conocer por la grandeza de sus hijos. Que no tenía ninguna gracia escribir la historia de un nativo de las cataratas del Niágara o del Monte Everest. Que él, sin embargo, estaba obligado a aportar a la humanidad su propia historia para suplir la falta de generosidad de la naturaleza con el terruño en que le había tocado nacer.
Entonces habló:
—Nadie escapa de las leyes de la naturaleza. No conozco ningún enano nacido en la cima de Los Ángeles. Como hombre, soy también un producto de este pueblo de los casi. Fui casi un profesor y casi un héroe. No llegué a casi ninguna de las dos cosas.
Y me contó porque le empezaron a llamar El profe. Apenas había estudiado un curso de inglés por el método de Leonardo Sorzano Jorrín, durante una
larga ausencia de su pueblo. Al regreso, y sabiendo que en la Academia municipal hacía falta un maestro de inglés, le hizo creer al alcade que había pasado tres largos años en Harvard, estudiando el idioma de Shakespeare. Eso le valió el nombramiento de profesor de inglés con un salario mensual de $ 15. 00 (era casi un sueldo, me explica).
Todo iba bien, ya que nadie en el pueblo hablaba inglés, y a sus alumnos les bastaba con las clases que giraban en torno a la familia Blake, que El profe conocía de memoria:
—Tom is a boy. Mary is a girl.
Cuando la Segunda Guerra Mundial, en la que Cuba se vio involucrada, apareció en el pueblo una pareja de jóvenes extranjeros que dijeron ser turistas. La alarma guerrerista y el sensacionalismo en torno al espía alemán Lunning, fusilado en La Habana, habían penetrado al sargento de la guardia rural. Mandó a detener al matrimonio y conducidos al cuartel fueron sujetos a un fuerte interrogatorio. Pero había una dificultad: no hablaban español.
Ahí fue donde entró a jugar El profe. Requerida su presencia por el sargento de la guardia rural, acudió al cuartel. La autoridad militar le pidió que los interrogara en inglés y le hizo saber que sospechaba de ellos como agentes enemigos. El profe procedió al interrogatorio. Con gesto de fiscal de películas norteamericanas se paseaba por el despacho del sargento y, de pronto, se detenía, preguntándole airado a la asustada pareja:
—¿Tom is a boy, eh? ¿ Mary is a girl, no?
Lanzaba una carcajada sarcástica para volver a la carga:
—¿Is Mary in the classroom? ¿ Is Tom in the classroom too?
Y dando puñetazos sobre la mesa del sargento, gritaba:
—Go to the blackboard.
Señalaba a la pareja con el índice y chillaba airado:
—Tom and Mary are children.
La infeliz pareja temblaba ante la actitud de aquel interrogador, al que debieron suponer demente. Y no fue extraño que, temiendo lo peor, se confesaran culpables, por señas, del delito de espionaje a favor de una potencia enemiga. Poco después aparecía el abogado del administrador de un ingenio yanqui cercano y reclamaba, airado, la inmediata libertad de aquel matrimonio, invitado por el administrador del ingenio a disfrutar de las fiestas pascuales en su casona del ingenio azucarero.
El profe me mira y comenta con cierta nostalgia remota:
—¿Se imagina usted, periodista, si hubieran sido espías nazis de verdad, que clase de triunfo para mí? Pero bueno, no lo eran y tuve que conformarme con que fuera casi un triunfo.
Levanto la copa e invito a brindar a El profe:
—A tu salud, Profe.
Él alza la copa y me contesta alegremente:
—Tom is a boy, periodista.
Y bebe su trago.b
Lo conocí ya viejo. Tranquilo, como el mismo me decía con la mirada perdida en el ayer y una especie de sonrisa burlona bailándole en los labios. Lo primero que me llamó la atención fue su vestuario, francamente fuera de época y de lugar, en aquel pueblecito dormido a la orilla de un río que casi no lo era. Él me explicó:
—Este pueblo es el pueblo de los casi. Aquí los arroyos son casi ríos. Las lomas son casi lomas. Los comerciantes son casi ricos. Orinadas de bueyes y chichones en la corteza terrestre. Este es un casi pueblo.
Y se reía, mientras observaba su gastado traje gris a rayas negras. Alguna vez debió ser casi un Petronio. Y la remendada camisa Arrow, con cuello Peco, que ocultaba su vejez bajo una deshilachada corbata Repórter Sello de Oro, color carmelita, en combinación con sus zapatos Florsheim. Zapatos agujereados por la vida y sellados directamente con una prótesis removible, como el mismo había bautizado a la pieza de cartón que colocaba sobre la rota plantilla para evitar la humedad y la bronquitis asmática.
—Un hueco en la suela de los zapatos es una medalla ganada en el combate de andar por la vida.
Y, sin embargo, lucía casi elegante.
No sé por qué me decidí, aquel día, a preguntarle la razón por la cual le llamaban El profe. Suponía que tuviera que ver con su forma de vestir, académica y conservadora. Pero la historia no iba a ser fácil de conseguir. Evitó iniciarla:
—No ande por ahí periodista. Deje eso. ¡Tranquilo!
Naturalmente, su respuesta incentivó mi curiosidad. E insistí. Le dije que a los pueblecitos como aquel, que no habían sido favorecidos con la naturaleza con algún accidente geográfico notable, solían darse a conocer por la grandeza de sus hijos. Que no tenía ninguna gracia escribir la historia de un nativo de las cataratas del Niágara o del Monte Everest. Que él, sin embargo, estaba obligado a aportar a la humanidad su propia historia para suplir la falta de generosidad de la naturaleza con el terruño en que le había tocado nacer.
Entonces habló:
—Nadie escapa de las leyes de la naturaleza. No conozco ningún enano nacido en la cima de Los Ángeles. Como hombre, soy también un producto de este pueblo de los casi. Fui casi un profesor y casi un héroe. No llegué a casi ninguna de las dos cosas.
Y me contó porque le empezaron a llamar El profe. Apenas había estudiado un curso de inglés por el método de Leonardo Sorzano Jorrín, durante una
larga ausencia de su pueblo. Al regreso, y sabiendo que en la Academia municipal hacía falta un maestro de inglés, le hizo creer al alcade que había pasado tres largos años en Harvard, estudiando el idioma de Shakespeare. Eso le valió el nombramiento de profesor de inglés con un salario mensual de $ 15. 00 (era casi un sueldo, me explica).
Todo iba bien, ya que nadie en el pueblo hablaba inglés, y a sus alumnos les bastaba con las clases que giraban en torno a la familia Blake, que El profe conocía de memoria:
—Tom is a boy. Mary is a girl.
Cuando la Segunda Guerra Mundial, en la que Cuba se vio involucrada, apareció en el pueblo una pareja de jóvenes extranjeros que dijeron ser turistas. La alarma guerrerista y el sensacionalismo en torno al espía alemán Lunning, fusilado en La Habana, habían penetrado al sargento de la guardia rural. Mandó a detener al matrimonio y conducidos al cuartel fueron sujetos a un fuerte interrogatorio. Pero había una dificultad: no hablaban español.
Ahí fue donde entró a jugar El profe. Requerida su presencia por el sargento de la guardia rural, acudió al cuartel. La autoridad militar le pidió que los interrogara en inglés y le hizo saber que sospechaba de ellos como agentes enemigos. El profe procedió al interrogatorio. Con gesto de fiscal de películas norteamericanas se paseaba por el despacho del sargento y, de pronto, se detenía, preguntándole airado a la asustada pareja:
—¿Tom is a boy, eh? ¿ Mary is a girl, no?
Lanzaba una carcajada sarcástica para volver a la carga:
—¿Is Mary in the classroom? ¿ Is Tom in the classroom too?
Y dando puñetazos sobre la mesa del sargento, gritaba:
—Go to the blackboard.
Señalaba a la pareja con el índice y chillaba airado:
—Tom and Mary are children.
La infeliz pareja temblaba ante la actitud de aquel interrogador, al que debieron suponer demente. Y no fue extraño que, temiendo lo peor, se confesaran culpables, por señas, del delito de espionaje a favor de una potencia enemiga. Poco después aparecía el abogado del administrador de un ingenio yanqui cercano y reclamaba, airado, la inmediata libertad de aquel matrimonio, invitado por el administrador del ingenio a disfrutar de las fiestas pascuales en su casona del ingenio azucarero.
El profe me mira y comenta con cierta nostalgia remota:
—¿Se imagina usted, periodista, si hubieran sido espías nazis de verdad, que clase de triunfo para mí? Pero bueno, no lo eran y tuve que conformarme con que fuera casi un triunfo.
Levanto la copa e invito a brindar a El profe:
—A tu salud, Profe.
Él alza la copa y me contesta alegremente:
—Tom is a boy, periodista.
Y bebe su trago.b
viernes, 27 de mayo de 2011
EL VIGILANTE.
Todos los días lo veía al pasar. Era temprano, estaba pulcro, vestía siempre todos sus atuendos. El aldeano nunca le dirigió la palabra, lo evitó, nunca permitió que sus caminos coincidieran. Pero su ritual era invariable, siempre estaba ahí, al paso del aldeano. Muchos otros eran consultados por él, nunca estaba solo. Recopilaba, desde su rígida posición, toda la información posible. Pasaba horas y horas en el mismo lugar. Nunca se le vio participar de las labores de la aldea, pero podía considerarse un privilegiado a la sombra de los ancianos. Muchas preguntas se hacía el aldeano sobre este mítico vigilante, todas tenían respuestas absurdas. El hombre seguía en el mismo lugar, recopilando toda la información necesaria.
martes, 10 de mayo de 2011
La oración del padre.
Autor: Yoel Rivero Marín
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El silencio era abrumador, la majestuosidad del santuario hacía que padre e hija se perdieran dentro de tanto vacío, dentro de esa impactante soledad que los atrapaba. Ambos pedían a Dios, rogaban a Dios, imploraban que los protegiera, que les mostrara el camino que nadie como él les pondría adelante en ese momento.
PADRE - Padre, me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras: sea lo que sea, te doy las gracias.
NIÑA - Santo Ángel de la guarda, mi dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día.
PADRE -Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo, con tal que tu voluntad se cumpla en mí y en todas tus criaturas. No deseo nada más, Padre.
NIÑA - Con Dios me acuesto, con Dios me levanto, con la gracia y favor del Espíritu Santo.
PADRE - Te confío mi alma, te la doy con todo el amor de que soy capaz, porque te amo y necesito darme, ponerme en tus manos sin medida, con una infinita confianza, porque tú eres mi padre.
En la plegaría les va la vida, la niña sorprendida busca la imitación, se sobrecoge con la tristeza que pesa sobre los hombres de su padre que busca respuestas. Ella vestida de blanco cual ángel cándido y soñador; él, triste, muy triste lleva en sus manos el sentido que Dios le dio, a la derecha un ramo de flores frescas, a la izquierda el peso de su labor. El rezo acaba y padre e hija, solos los dos, ya se disponen a entrar a la luz. Él con paso largo, ella corre, se apura por no apartarse de su lado nunca, vive a su imagen y semejanza porque para ella lo es todo.
Las risas de infinidad de niños contrastan con el silencio que envuelve a un padre y a su hija que transitan calles, parques, pobladas avenidas sin decir una sola palabra. Ella, niña al fin, pretende sumarse a esos juegos que toda la vida ha tenido por entretenimiento, él parco y veloz no le da un momento de respiro, la hace correr, jugar y partir. Sólo algo lo inquieta, sólo algo lo hace inmutarse y hasta detenerse: El tránsito. Pero al fin nada evita que prosiga ese camino aburrido de la vida que le ha tocado vivir. Resuenan en sus oídos las risas, risas de niños, niños y más niños que cruzan su camino una y otra vez sin notar que él existe. Se considera un simple mortal que es imperceptible para todos, pero sobre todo para esos niños que no es capaz de mirar, de disfrutar en cualquier momento, en el momento que tal vez más lo necesita. A su alrededor como planeta lleno de vida solo gira su hija, esa cándida y feliz que no escatima esfuerzos por hacerse sentir
______________________________________________________
Necesito tus manos,
Para seguir bendiciendo.
____________________________________________________________
Hay quienes afirman que el fin justifica los medios. La vida de este hombre no parece ser comienzo, ni desarrollo ni fin. Encerrado en una pequeña habitación de seis metros cuadrados habita en comunión total con sus pensamientos, divaga, enloquece y asume el rol de su responsabilidad. En el cuarto una sola luz, una luz alegra y renueva cada momento, con ella el color, mejor dicho, la multiplicidad de colores que este hombre manipula e incorpora a su propio espacio físico, va tomando sentido. ¿Acaso él intentará imitar el reflejo de las flores en el espejo?
Ese es un momento sagrado para él, cada paso, cada color ha de ser en el lugar exacto y con un orden invariable. Ella no lo entiende, le divierte todo, lo imita todo, lo disfruta todo. Ese día está marcado y él lo sabe, cada minuto lo acerca más a su destino y él lo evita, pero el tiempo como espada de Damocles lo empuja hacia la luz.
____________________________________________________________
Necesito tus labios,
Para seguir hablando.
____________________________________________________________
La fiesta ha comenzado, las risas han ensordecido el lugar, los payasos han transformado el salón… ¿Los payasos? … Él ha quedado debajo del maquillaje, sus sentimientos, su tristeza, su pesada vida ha quedado encerrada en el interior de esa gruesa capa de maquillaje que hace reír a niños y más niños. De un lugar a otro va, correo, se lanza, se para de cabezas, hace las maromas más insospechadas, vive intensamente, se entrega a plenitud al desatino del momento. Pero eso solo lo hace el maquillaje, esa gruesa capa que lo manipula y mueve sus hilos para que sea capaz de interactuar con esos mismos niños que hace un rato esperaban en el parque para romper la piñata, esos mismos niños que no lo vieron pasar porque era un hombre triste, muy triste, prácticamente una sombra.
Todos se van, él comienza a romper con cincel y martillo la estructura de colores que lo ha dominado durante las últimas dos horas. Su hija está ahí, ella también disfrutó de la fiesta, le hace retumbar como campanas cada momento de alegría, cada gesto, cada rival en sus carreras y juegos, los dulces y guiños, el monte de pequeños que buscaron sus regalos en la piñata que él, mejor dicho, su coraza de colores, se encargó de romper oportunamente. Ahora le toca romper su propia envoltura, pero esta vez quien sale es un ser amargado y triste que no logra reflejar en sus ojos esa luz que le acompaña, esa niña llena de alegrías y recuerdos que es capaz de crear entre padre e hija un contraste difícil de explicar.
____________________________________________________________
Necesito tu cuerpo,
Para seguir sufriendo.
____________________________________________________________
PADRE - Está lloviendo sobre ti y sobre mí
y sobre todos los abismos de la tierra.
Esta lluvia borrará nuestra inocencia, y tal vez nuestra memoria.
No sé porque es solidaria y tenaz como la muerte,
Y como ella predice los fantasmas del hombre,
Y llega interminable y casta a sus dominios.
Pero la muerte como la lluvia no borra nada y deja intacto al hombre.
Sólo establece un veredicto:
Si fue bueno crece como la luz en los abismos, si fue malo,
Regresará al polvo mortal de donde vino.
Ha penetrado en su mundo, en un mundo lleno de preguntas, en un mundo con ausencia de respuestas. En ese universo inmenso y vacío él permanece inmutable. Algo tan absurdo como las páginas de Dios lo tienen ensimismado y de principio a fin el todo poderoso no le da ni una sola pista, no menciona la más mínima palabra que concuerde con su agonía. Él, rígido como estatua no ve más allá del círculo ártico que tiene los límites más lejanos en el borde exterior de sus pupilas. Ella, sigue corriendo, sigue divirtiéndose, sigue dándole luz a la inmensidad que sobrecoge el momento, pero tristemente no ha logrado sacarlo de tanta aflicción.
La ruta no es la palabra de Dios. Que se vaya bien lejos con sus oraciones y complejos de superioridad, él no es la respuesta y nunca lo será. Otros serán los caminos que ha de buscar este hombre para solucionar su pena. Sigue transitando con su pequeña orbitándolo y a la derecha un ramo de flores frescas, a la izquierda el peso de su labor.
____________________________________________________________
Te necesito,
Para seguir salvando
a los hombres, mis hermanos.
____________________________________________________________
Ha encontrado la paz, sus flores han llegado a su destino. En este espacio solemne se siente más a gusto. Cruces, mausoleos y pronunciados ángeles de mármol lo sobrepasan y lo hacen empequeñecer, ¡pequeño pero en paz!
Besa la lápida fría, acaricia con un amor indescriptible esas flores que hasta ahora no eran más que flores, coloridos objetos que acompañaban a una sombra. Se tornan vasijas de luz, tiernas palabras de un padre que no es capaz de encontrar explicación, ni consuelo, ni sentido, ni vida. ¿Cuántos años tendría en este día?... ¿8, 9, 10? … Si Dios existe es tan imperfecto como nosotros, tan cruel como nosotros los humanos cuando nos deshumanizamos.
Hoy ha dejado sobre esa lápida rígida y fría todo el peso del mundo que no le permitía caminar. Se va en paz, pero… ¿Encontrará sentido en las risas de esos niños que cada día lo esperan? Ella, su pequeña hija, su niña, su pequeña niña, sentada junto al ángel de la guarda le dice adiós, se alegra de las flores que le ha traído, son sus nuevos juguetes, sus nuevos regalos de cumpleaños. Le dice adiós con la misma alegría, la misma luz reflejada en sus ojos, esa que estará a su lado siempre. Lo acompaña con la mirada y lo ve partir, a él y a su sombra, o mejor dicho a su sombra.
FIN
______________________________________________________
El silencio era abrumador, la majestuosidad del santuario hacía que padre e hija se perdieran dentro de tanto vacío, dentro de esa impactante soledad que los atrapaba. Ambos pedían a Dios, rogaban a Dios, imploraban que los protegiera, que les mostrara el camino que nadie como él les pondría adelante en ese momento.
PADRE - Padre, me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras: sea lo que sea, te doy las gracias.
NIÑA - Santo Ángel de la guarda, mi dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día.
PADRE -Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo, con tal que tu voluntad se cumpla en mí y en todas tus criaturas. No deseo nada más, Padre.
NIÑA - Con Dios me acuesto, con Dios me levanto, con la gracia y favor del Espíritu Santo.
PADRE - Te confío mi alma, te la doy con todo el amor de que soy capaz, porque te amo y necesito darme, ponerme en tus manos sin medida, con una infinita confianza, porque tú eres mi padre.
En la plegaría les va la vida, la niña sorprendida busca la imitación, se sobrecoge con la tristeza que pesa sobre los hombres de su padre que busca respuestas. Ella vestida de blanco cual ángel cándido y soñador; él, triste, muy triste lleva en sus manos el sentido que Dios le dio, a la derecha un ramo de flores frescas, a la izquierda el peso de su labor. El rezo acaba y padre e hija, solos los dos, ya se disponen a entrar a la luz. Él con paso largo, ella corre, se apura por no apartarse de su lado nunca, vive a su imagen y semejanza porque para ella lo es todo.
Las risas de infinidad de niños contrastan con el silencio que envuelve a un padre y a su hija que transitan calles, parques, pobladas avenidas sin decir una sola palabra. Ella, niña al fin, pretende sumarse a esos juegos que toda la vida ha tenido por entretenimiento, él parco y veloz no le da un momento de respiro, la hace correr, jugar y partir. Sólo algo lo inquieta, sólo algo lo hace inmutarse y hasta detenerse: El tránsito. Pero al fin nada evita que prosiga ese camino aburrido de la vida que le ha tocado vivir. Resuenan en sus oídos las risas, risas de niños, niños y más niños que cruzan su camino una y otra vez sin notar que él existe. Se considera un simple mortal que es imperceptible para todos, pero sobre todo para esos niños que no es capaz de mirar, de disfrutar en cualquier momento, en el momento que tal vez más lo necesita. A su alrededor como planeta lleno de vida solo gira su hija, esa cándida y feliz que no escatima esfuerzos por hacerse sentir
______________________________________________________
Necesito tus manos,
Para seguir bendiciendo.
____________________________________________________________
Hay quienes afirman que el fin justifica los medios. La vida de este hombre no parece ser comienzo, ni desarrollo ni fin. Encerrado en una pequeña habitación de seis metros cuadrados habita en comunión total con sus pensamientos, divaga, enloquece y asume el rol de su responsabilidad. En el cuarto una sola luz, una luz alegra y renueva cada momento, con ella el color, mejor dicho, la multiplicidad de colores que este hombre manipula e incorpora a su propio espacio físico, va tomando sentido. ¿Acaso él intentará imitar el reflejo de las flores en el espejo?
Ese es un momento sagrado para él, cada paso, cada color ha de ser en el lugar exacto y con un orden invariable. Ella no lo entiende, le divierte todo, lo imita todo, lo disfruta todo. Ese día está marcado y él lo sabe, cada minuto lo acerca más a su destino y él lo evita, pero el tiempo como espada de Damocles lo empuja hacia la luz.
____________________________________________________________
Necesito tus labios,
Para seguir hablando.
____________________________________________________________
La fiesta ha comenzado, las risas han ensordecido el lugar, los payasos han transformado el salón… ¿Los payasos? … Él ha quedado debajo del maquillaje, sus sentimientos, su tristeza, su pesada vida ha quedado encerrada en el interior de esa gruesa capa de maquillaje que hace reír a niños y más niños. De un lugar a otro va, correo, se lanza, se para de cabezas, hace las maromas más insospechadas, vive intensamente, se entrega a plenitud al desatino del momento. Pero eso solo lo hace el maquillaje, esa gruesa capa que lo manipula y mueve sus hilos para que sea capaz de interactuar con esos mismos niños que hace un rato esperaban en el parque para romper la piñata, esos mismos niños que no lo vieron pasar porque era un hombre triste, muy triste, prácticamente una sombra.
Todos se van, él comienza a romper con cincel y martillo la estructura de colores que lo ha dominado durante las últimas dos horas. Su hija está ahí, ella también disfrutó de la fiesta, le hace retumbar como campanas cada momento de alegría, cada gesto, cada rival en sus carreras y juegos, los dulces y guiños, el monte de pequeños que buscaron sus regalos en la piñata que él, mejor dicho, su coraza de colores, se encargó de romper oportunamente. Ahora le toca romper su propia envoltura, pero esta vez quien sale es un ser amargado y triste que no logra reflejar en sus ojos esa luz que le acompaña, esa niña llena de alegrías y recuerdos que es capaz de crear entre padre e hija un contraste difícil de explicar.
____________________________________________________________
Necesito tu cuerpo,
Para seguir sufriendo.
____________________________________________________________
PADRE - Está lloviendo sobre ti y sobre mí
y sobre todos los abismos de la tierra.
Esta lluvia borrará nuestra inocencia, y tal vez nuestra memoria.
No sé porque es solidaria y tenaz como la muerte,
Y como ella predice los fantasmas del hombre,
Y llega interminable y casta a sus dominios.
Pero la muerte como la lluvia no borra nada y deja intacto al hombre.
Sólo establece un veredicto:
Si fue bueno crece como la luz en los abismos, si fue malo,
Regresará al polvo mortal de donde vino.
Ha penetrado en su mundo, en un mundo lleno de preguntas, en un mundo con ausencia de respuestas. En ese universo inmenso y vacío él permanece inmutable. Algo tan absurdo como las páginas de Dios lo tienen ensimismado y de principio a fin el todo poderoso no le da ni una sola pista, no menciona la más mínima palabra que concuerde con su agonía. Él, rígido como estatua no ve más allá del círculo ártico que tiene los límites más lejanos en el borde exterior de sus pupilas. Ella, sigue corriendo, sigue divirtiéndose, sigue dándole luz a la inmensidad que sobrecoge el momento, pero tristemente no ha logrado sacarlo de tanta aflicción.
La ruta no es la palabra de Dios. Que se vaya bien lejos con sus oraciones y complejos de superioridad, él no es la respuesta y nunca lo será. Otros serán los caminos que ha de buscar este hombre para solucionar su pena. Sigue transitando con su pequeña orbitándolo y a la derecha un ramo de flores frescas, a la izquierda el peso de su labor.
____________________________________________________________
Te necesito,
Para seguir salvando
a los hombres, mis hermanos.
____________________________________________________________
Ha encontrado la paz, sus flores han llegado a su destino. En este espacio solemne se siente más a gusto. Cruces, mausoleos y pronunciados ángeles de mármol lo sobrepasan y lo hacen empequeñecer, ¡pequeño pero en paz!
Besa la lápida fría, acaricia con un amor indescriptible esas flores que hasta ahora no eran más que flores, coloridos objetos que acompañaban a una sombra. Se tornan vasijas de luz, tiernas palabras de un padre que no es capaz de encontrar explicación, ni consuelo, ni sentido, ni vida. ¿Cuántos años tendría en este día?... ¿8, 9, 10? … Si Dios existe es tan imperfecto como nosotros, tan cruel como nosotros los humanos cuando nos deshumanizamos.
Hoy ha dejado sobre esa lápida rígida y fría todo el peso del mundo que no le permitía caminar. Se va en paz, pero… ¿Encontrará sentido en las risas de esos niños que cada día lo esperan? Ella, su pequeña hija, su niña, su pequeña niña, sentada junto al ángel de la guarda le dice adiós, se alegra de las flores que le ha traído, son sus nuevos juguetes, sus nuevos regalos de cumpleaños. Le dice adiós con la misma alegría, la misma luz reflejada en sus ojos, esa que estará a su lado siempre. Lo acompaña con la mirada y lo ve partir, a él y a su sombra, o mejor dicho a su sombra.
FIN
AQUÍ LA PUESTA EN ESCENA DE ESTE CUENTO, REALIZADA ÍNTEGRAMENTE EN SAGUA LA GRANDE Y POR SAGÜEROS.
viernes, 25 de marzo de 2011
La historia de la rueda
Érase una rueda, de fino porte, de llanta reluciente, de gomas recién lustradas, con tacos fuertes y sorprendente resistencia ante el aire acumulado por su cámara interior. Sus rayos tenían un vistoso toque dorado y mantenían a esa rueda firme y sin dobleces. Aún recuerda aquella rueda cuando salió al mundo por primera vez, se sentía dueña de la calle que pasaba bajo sus tacos. Pero la realidad de la vida citadina era mucho más dura de lo que pudiera imaginar esa simple rueda recién salida al pavimento.
Allí ella descubrió que era una más y que otras ruedas, más portentosas y llamativas, eran las que tenían los privilegios. Si una calle con un bache se presentaba, a otras ruedas ilustradas tocaba evadirlo, ella, sin elección debía enfrentarlo con estoica resignación. El tiempo pasó para esa rueda que soñó conquistar el mundo y poco a poco su cámara se fue llenando de ponches, sus tacos fuertes fueron desgastados por las calles, su llanta reluciente y sus rayos fuertes fueron corroídos y su esmalte desmembrado. Que duro resultó para esa rueda no ver relevos en el mercado para sus partes y aquellos que aparecían como por arte de magia estaba fuera del alcance de su propietario. Que duro saber que otras ruedas más portentosas y veloces se les renovaba una y otra vez. Duro fue el tiempo que permaneció tirada en un rincón por no encontrar una goma que le permitiera rodar, y peor aún fue saber que el destino que le había tocado vivir era el de un hogar obrero, cuando sabía perfectamente que aquellas ruedas portentosas, anchas, de plato reluciente y de andar increíblemente rápido no les detenía nada. Aquellas ocupaban un hogar de mandato, mientras ella sólo un hogar de trabajo.
En teoría ella se sentía privilegiada al dormir en el calor de una familia, mientras las otras, anchas y veloces, debían pasar sus noches en fríos laberintos destinados al parqueo. Pensaba que solo ella compartía la vida de su propietario, lo llevaba de la casa al trabajo, del trabajo a la casa y se sentía parte de una familia; Pero no era simplemente así. Aquellas ruedas portentosas y rápidas que en tantas cosas la aventajaban, por contar con un motor que las moviera, por estar en un vehículo con chapa carmelita, azul o roja, por contar con mecánicos y poncheros particulares, por ir a fiestas, a playas y a eventos del más alto nivel, ellas también eran parte de una familia con todos los privilegios que ello implica.
Esa rueda que no podía decidir su puesto, que muchas veces no rodaba por falta de sus elementos o porque eran inaccesiblemente costosos, que debía quitarse del camino para que ruedas anchas y portentosas pasaran, esa rueda que sólo era acompañada por otra rueda en destino y camino, minimizada por las portentosas que iban de a cuatro. Esa rueda era una rueda de BICICLETA, una rueda de bicicleta en un pueblo de bicicletas, una rueda de bicicleta en Sagua la Grande, un pueblo de calles anchas llenas de ruedas de bicicletas y de muchas otras ruedas portentosas, rápidas y privilegiadas.
En teoría ella se sentía privilegiada al dormir en el calor de una familia, mientras las otras, anchas y veloces, debían pasar sus noches en fríos laberintos destinados al parqueo. Pensaba que solo ella compartía la vida de su propietario, lo llevaba de la casa al trabajo, del trabajo a la casa y se sentía parte de una familia; Pero no era simplemente así. Aquellas ruedas portentosas y rápidas que en tantas cosas la aventajaban, por contar con un motor que las moviera, por estar en un vehículo con chapa carmelita, azul o roja, por contar con mecánicos y poncheros particulares, por ir a fiestas, a playas y a eventos del más alto nivel, ellas también eran parte de una familia con todos los privilegios que ello implica.
Esa rueda que no podía decidir su puesto, que muchas veces no rodaba por falta de sus elementos o porque eran inaccesiblemente costosos, que debía quitarse del camino para que ruedas anchas y portentosas pasaran, esa rueda que sólo era acompañada por otra rueda en destino y camino, minimizada por las portentosas que iban de a cuatro. Esa rueda era una rueda de BICICLETA, una rueda de bicicleta en un pueblo de bicicletas, una rueda de bicicleta en Sagua la Grande, un pueblo de calles anchas llenas de ruedas de bicicletas y de muchas otras ruedas portentosas, rápidas y privilegiadas.
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